Cada vez que recibo un mensaje de algún fundamentalista-moralista, tanto político como religioso, más que coraje lo que me dan es lastima. Cada vez que los mercaderes del odio despotrican sus lenguas contra quienes somos diferentes y no nos ajustamos a sus arcaicas formas de pensar lo que me dan es un resurgir visceral de sus malas intenciones. Tanto el coraje, la lastima como las nauseas llegan a mi porque tengo la certeza de que, como bien nos demostró una madre abatida por los crímenes de odio que tanto aquejan a nuestra sociedad, EL AMOR SIEMPRE VENCE AL ODIO.
Cada acción y comentario del movimiento fundamentalista y moralista en contra de las comunidades lésbica, gay, bisexual y trangénero y de tantas otras causas justas y loables a las que ellos se han opuesto a través de su historia deja ver su intención ahogada de reprimir, coartar y minimizar los adelantos que nuestra sociedad ha tenido, tiene y tendrá en todas las facetas democráticas y civilizadas dentro del desarrollo socio-político. Aunque las palabras ‘democracia’ y ‘civismo’ son ajenas a su idiosincrasia como colectivo religioso, nuestro Pueblo, el cual tiene como base y fundamento el amor, la inclusión y el respeto, si tiene noción de estos dos términos y con los años hemos logrado, aunque nos falta todavía, salir del miedo que estos movimientos imponen al país.
Son ellos los que le temen a la igualdad. Son ellos los que le temen al amor. Son ellos, los que nos tildan de torcidos, enfermos y criminales, los que ahora le temen al mismo pueblo que ellos mantuvieron en el oscurantismo por tantas décadas porque saben que como sociedad hemos logrado una madurez que antes era inimaginable. Saben que continuaremos dándole la batalla hasta lograr que todos y todas vivamos en una sociedad igualitaria, donde todos y todas gocemos de los mismos derechos y donde la inclusión sea la norma.
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